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Solidaridad existencial: convivencia para la pervivencia.

Al hablar de solidaridad, el pensamiento vuela rápidamente hacia acciones de cercanía al dolor ajeno. Nos solidarizamos con víctimas de catástrofes naturales, de atentados terroristas, de la injusticia estructural… Acertadamente se ha dicho que «la solidaridad es la ternura de los pueblos». Pero esta es solamente una de las caras de la solidaridad.

Cuando se ubica el fundamento para la solidaridad en el simple hecho de existir —según los postulados del realismo existencial—, se establece un tipo de vínculo entre las personas no solo en situaciones de necesidad o sufrimiento, sino en todo momento y circunstancia de la vida.

Nos descubrimos hermanos en la existencia unos de otros. Esto define una mirada sobre la realidad y marca un estilo de vida que afectará a todas nuestras relaciones —familiares, amicales y sociales— y, cómo no, a la ética que se deriva de ello. Vista así, la solidaridad es una especie de caleidoscopio que ofrece múltiples formas y colores según la parcela de vida que se aborde.

Vivida al extremo, la solidaridad existencial implica cierta mística de la solidaridad, un sentirse hermanado a los demás que implica una experiencia de radical humanidad.

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